Original de Fabián Capecchi.
En muchas partes de Latinoamérica existe la creencia que, cuando las cigarras o chicharras cantan lo hacen para anunciar la lluvia, o para rogarle al cielo que ésta caiga y alivie el agobiante calor reinante en muchas regiones.
Esta es una historia de amor. Nadie sabe cuándo comenzó, pero se repite una y otra vez cada 13 a 17 años desde el fin de los tiempos.
A varios metros debajo de la tierra, en lo profundo, entre las raíces de los árboles viven las chicharras. Estos insectos tienen muchos nombres de acuerdo al lugar donde viven. Comúnmente se les conoce como cigarras, chicharras, coyuyos, coyoyos, chiquilichis, tococos, cocoras, cogollos, ñes o ñakyrã, totorrones, y pertenecen a una familia de insectos llamados Hemípteros. Es decir que se alimentan de la savia de los árboles.
Las chicharras pueden vivir tanto en climas templados como tropicales. Tienen un desarrollo vital completo entre 13 y 17 años, según la especie. Existen más de 3000 especies, unas son anuales, y otras son periódicas, como la chicharra del Faraón (Magicicada septendecim) a la cual nos referimos en esta historia, que está sucediendo este año.
Todo comienza entre las hojas del árbol, donde son depositados los huevitos del tamaño de un grano de arroz. Al nacer las chicharritas la hoja cae al suelo y estas escarban hasta llegar a cierta profundidad entre las raíces de su árbol anfitrión. Viven seguras allí durante toda su niñez y adolescencia hasta que la temperatura alcanza los 18ºC (65ºF) y la naturaleza les dice que es ya hora de buscar pareja.
Entonces millones de chicharras emergen de la tierra para alegrarnos con su canto. Mientras más calor haga, más rápido se desarrollan. Esas cascaritas que vemos pegadas en los troncos de los árboles se llaman ninfas, y son el exoesqueleto del insecto que dejan cuando la chicharra sale de él y se transforman en cuestión de horas en adultos, al endurecerse el caparazón y desplegar sus alas.
Cada especie animal tiene su estrategia de supervivencia, y la de estas criaturas es simple, pero efectiva, surgen millones y millones de chicharras, para alegría y beneplácito de todos a su alrededor, pues es el equivalente a un festín de comida para los depredadores. Son devoradas por pájaros, ardillas, mapaches, pavos, serpiente, peces, arañas, avispas, etc. Sin embargo, la cantidad es tan abrumadora, que incluso si son consumidas una inmensa cantidad, ésta representa apenas una mínima parte de esta oleada y de ese modo aseguran la siguiente generación.
Una vez que salen de las profundidades, este ejército se sube a los árboles, plantas, postes de luz y cualquier cosa para allí despojarse de su armadura y vestir un nuevo traje de vistosos colores para enamorar a sus parejas.
Comienza el concierto
No solo es el colorido, sino sus famosos cantos lo que atrae a las hembras. Los machos cantan en sinuosos coros estridentes, flexionando sus timbales, órganos en forma de tambor que se encuentran en el abdomen. Los pequeños músculos comprimen y deforman rápidamente los timbales que se llenan de aire y se vacían, generando el característico ruido. El sonido se intensifica por el abdomen mayormente hueco de la cigarra, que funciona como una caja de resonancia, con distintas cadencias rítmicas de acuerdo a las distintas especies. En otras palabras, las chicharras son como una orquesta de acordeones en miniatura.
El sonido de las cigarras es considerado uno de los más altos del mundo. Su registro es mayor que lo que comúnmente implica un concierto de rock and roll: 115 decibelios.
Desde que la ninfa se sube al árbol, hay que darse prisa, pues comienza la cuenta regresiva, el tiempo que les queda de vida será solo de cuatro a seis semanas. Durante ese tiempo tendrán que evadir a los numerosos depredadores, mientras se alimentan y al mismo tiempo se dedican a enamorar a sus parejas.
Y así tras semanas de canciones, amor y vida al aire libre, el ciclo de las chicharras llega a su fin. Como acto final depositarán los huevitos entre las hojas que garantizarán que dentro de 17 años, vuelva la siguiente generación de chicharras con sus canciones románticas a preservar la especie.
Los cuerpos y las partes del cuerpo que no se hayan comido agregarán nutrientes al suelo, reforzando el ecosistema y sus habitantes mucho después de que los bulliciosos insectos desaparezcan.
El Sierra Club se une a este coro silvestre como una manifestación de las maravillas de la naturaleza, que todos debemos preservar y proteger para que esta y todas las generaciones que vengan puedan apreciarla.