La mentira de los alimentos “caducados”/The Lie of “Expired” Food

Adaptado al español por Gretchen Fournier del artículo original de Alissa Wilkinson publicado en vox.com.

De vez en cuando, reviso mi refrigerador y las etiquetas de los artículos y tiro a la basura cualquier cosa que tenga un mes, una semana, o tal vez, unos días después de la fecha de vencimiento. El problema era obvio: el alimento que estaba "caducado" iba a la basura. 

Sé, que a cierto nivel intelectual, tirar la comida a la basura probablemente esté mal. Las estadísticas son reveladoras, el cuarenta por ciento de los alimentos producidos en los Estados Unidos terminan en el vertedero o se desperdician de otra manera.

Desde el punto de vista ambiental también es malo. Un estudio encontró que el 25 por ciento del agua dulce en los EE. UU. se destina a la producción de alimentos que finalmente se desperdician, y el 21 por ciento de la basura en los vertederos son alimentos, lo que representa un aumento per cápita del 50 por ciento desde 1974.

Además, en el mismo país donde se tira tanta comida, cerca de 42 millones de personas podrían estar viviendo con inseguridad alimentaria y hambre. Sin embargo, las regulaciones a nivel estatal a menudo dificultan la donación de alimentos vencidos a bancos de alimentos y otros servicios. Los Estados Unidos tiene un grave problema de desperdicio de alimentos. 

Los investigadores han descubierto que las fechas de "caducidad", que rara vez corresponden a alimentos que caducan o se estropean, son en su mayoría bien intencionadas, pero aleatorias y confusas. Dicho de otra manera, no son fechas de vencimiento en absoluto. 

La buena noticia es que el problema de las fechas de caducidad no sería tan difícil de solucionar, la parte mala es que resolver el sistema que lo rodea requiere tiempo, educación y un cambio en nuestros hábitos de consumo. 

Todo lo que supones sobre las etiquetas de fecha probablemente sea incorrecto

Las etiquetas de expiración o caducidad comenzaron a aparecer en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, a medida que los consumidores estadounidenses se alejaban cada vez más de las compras en pequeños mercados y granjas, y se acercaban a los grandes supermercados, con sus filas de opciones empaquetadas y seleccionadas. Al principio, los fabricantes imprimían un código de fecha en las latas y los paquetes para el beneficio de los tenderos, para que tuvieran una guía sobre cuándo rotar los mismos. 

La etiqueta no fue diseñada para los consumidores. Pero dado que los compradores querían comprar los alimentos más frescos del mercado, la gente inteligente comenzó a publicar folletos que brindaban una guía para descifrar los códigos.

Eventualmente, los productores, al ver que los compradores realmente querían saber cuáles eran esas fechas secretas, comenzaron a incluir fechas más claramente legibles en los paquetes, señalando el mes, día y año. Lo vieron como una bendición para el  marketing; era una forma de atraer a los consumidores y significaba que su comida era fresca y sabrosa. A los consumidores les encantó, y las llamadas etiquetas de "fecha abierta" se volvieron comunes. Pero había poca consistencia en ese sistema.

Y aunque el gobierno federal hizo algunos intentos, a partir de la década de 1970, para promulgar leyes que estandarizaran el significado de esas etiquetas, fracasaron. (La excepción es la fórmula infantil, para la cual existen pautas federales estrictas). 

Las etiquetas son inconsistentes. Lo que la etiqueta realmente indica varía de un productor a otro. Por lo tanto, podrías ver una etiqueta de "mejor antes de" en un producto, una etiqueta de "vender antes de" en otro, y una etiqueta de "mejor si se usa antes de" en un tercero. Esos tienen diferentes significados, pero es posible que el consumidor promedio no se dé cuenta de eso de inmediato, o incluso que no note que hay una diferencia.

Además, es posible que esas fechas ni siquiera sean consistentes entre las marcas del mismo producto alimenticio: mantequilla de maní, por ejemplo, o mermelada de fresa. Eso se debe en parte a que en realidad no están destinados a indicar cuándo un alimento es más seguro para consumir. La mayoría de los alimentos envasados ​​están perfectamente bien durante semanas o meses después de la fecha. Los productos enlatados y congelados duran años. Pero muchos de nosotros, con la mejor de las intenciones, solo miramos lo que dice la etiqueta y tiramos lo viejo.

¿Es esto una estafa?

Cuando me di cuenta por primera vez, de que el etiquetado de la fecha no estaba relacionado directamente con estándares de seguridad respaldados científicamente, sino con un estándar más subjetivo, voluntario y nebuloso de "frescura", me pregunté si era una especie de estafa. Después de todo, los clientes no se benefician de tirar alimentos; las únicas personas que podrían beneficiarse son los productores, y me puedo imaginar a un fabricante sin escrúpulos acortando la fecha de sus alimentos para que la gente suspire, tire un paquete a medio comer que ha “caducado” y vaya a comprar más.

El hecho de que muchos de nosotros leemos una etiqueta de "mejor antes de" como si dijera "malo después", es en parte un problema de educación pública, y es uno que los fabricantes no han trabajado demasiado para combatir. 

La idea de que el moho y las bacterias deben evitarse a toda costa, no solo es la antítesis de una buena cocina, sino que literalmente no se practica en la mayoría de las culturas. El salami, el queso, los encurtidos, la col fermentada y todo tipo de alimentos, provienen del proceso natural de envejecimiento. En cambio, confiamos en las empresas para que nos digan qué alimentos son buenos para nosotros y cuándo deshacernos de ellos.

El problema es más grande que los consumidores individuales. Algunos estados prohíben que las tiendas de comestibles donen o vendan alimentos vencidos a bancos de alimentos y otros servicios, diseñados para ayudar a quienes viven con inseguridad alimentaria. 

Eso se ve exacerbado por la forma en que los estadounidenses compran. Los compradores en los EE. UU. miran con recelo un estante que no está completamente abastecido, o algunas papas que quedan en el contenedor. Es posible que ni siquiera nos demos cuenta, pero nos hemos entrenado para ver cajas llenas de remolachas y estantes de aderezos para ensaladas como una señal de que la tienda es buena y, por lo tanto, la comida que hay en ella es buena. La abundancia indica calidad.

Pero esa mentalidad naturalmente conduce al desperdicio. Han surgido algunas empresas para tratar de solucionar este problema a gran escala, como Misfits Market e Imperfect Foods. Estas empresas se relacionan con los productores para rescatar alimentos estéticamente “feos” —o al menos, alimentos que hemos sido entrenados para pensar que son feos o demasiado pequeños o demasiado grandes— y vendérselos a los clientes. También compran alimentos que se acercan a la fecha de la etiqueta y los venden a los clientes, con la esperanza de reducir el desperdicio de alimentos y cambiar la forma en que come la gente. 

Pero en todo el país, la práctica estándar para el consumidor estadounidense promedio sigue vigente, ir al supermercado y botar la comida cuando “expira”. Para mejorar esta situación, necesitamos pedir etiquetas más claras, abogar por una mejor legislación y hablar entre nosotros sobre lo que realmente significan estas etiquetas. También debemos acercarnos nuevamente a la comida, pensando en ella menos como un producto de consumo empaquetado y más como algo natural que nos nutre como humanos.

Y en mi caso, eso significa que voy a empezar a oler lo que hay en mi refrigerador antes de tirarlo, y tal vez incluso convertirlo en un almuerzo.

En el Sierra Club estamos conscientes que el problema de desperdicios de alimentos es otra de las grandes crisis ligadas al cambio climático. Esta es una de esas situaciones en donde podemos tomar el control y hacer la diferencia. Cada pequeña acción ayuda a que tengamos un mejor planeta.