Adaptado al español por Fabián Capecchi del artículo original de J. David Goodman publicado en The New York Times.
noviembre la tierra tembló en Pecos, al oeste de Texas. El temblor se registró como un terremoto de magnitud 5,4, entre los más grandes jamás registrados en el estado. Luego, un mes después, otro de magnitud similar golpeó no muy lejos, cerca de Odessa y Midland, ciudades gemelas del campo petrolero con edificios de oficinas relativamente altos, algunos de ellos visibles a kilómetros a la redonda.
Estos terremotos sucesivos fueron los últimos en lo que han sido varios años de actividad sísmica creciente en Texas, un estado conocido por muchos tipos de desastres naturales, pero no por grandes movimientos sísmicos. En 2022, el estado registró más de 220 terremotos de 3,0 de magnitud o superior, frente a los 26 registrados en 2017, cuando la Oficina de Geología Económica de la Universidad de Texas comenzó a monitorearlos de cerca.
Ahora, los terremotos se han convertido en parte del lugar.
La gran mayoría de los temblores se concentran alrededor de los campos petroleros de la cuenca del Pérmico, particularmente en el condado de Reeves, al norte y al oeste de la ciudad de Pecos. La población oficial del condado de 14 000 habitantes no toma en cuenta a los miles de trabajadores temporales que llegan allí con la promesa de buena paga, alojándose en austeros "campamentos" y parques de casas rodantes.
La economía de Pecos y un puñado de pueblos de los alrededores, gira en torno a los campos petroleros. Cuando ocurrió el terremoto de noviembre, el Sr. Briers, de 55 años, estaba trabajando en su tienda. La fuerza fue suficiente para sacudir el edificio, dijo, y para empujar una gran grúa móvil, estacionada cerca, contra un remolque.
En el condado de Reeves, la producción de petróleo y gas se ha incrementado mediante la fracturación hidráulica (fracking), un proceso de extracción que produce una gran cantidad de aguas residuales también conocida como “agua salada”, debido a su contenido extremadamente alto de sal y varios productos químicos utilizados para extraer las impurezas del petróleo y el gas.
Algunas de esas aguas residuales saladas se reutilizan en operaciones de fracking, pero la mayor parte se inyecta nuevamente bajo tierra. Es ese proceso de forzar decenas de miles de millones de galones de agua en la tierra lo que, según los reguladores y geocientíficos, es el culpable de muchos de los terremotos.
La conexión entre la eliminación de aguas residuales y los terremotos se conoce desde hace mucho tiempo. Otros estados con operaciones de fracking también han visto temblar la tierra, como Oklahoma, donde un aumento igualmente rápido de los terremotos hace más de una década incluyó un terremoto de magnitud 5,6 en 2016 que obligó el cierre de varios pozos de aguas residuales.
Texas comenzó recientemente su programa estatal de monitoreo de terremotos, después de que una serie de pequeños sismos en el norte de Texas sacudieran a los residentes de Dallas y Fort Worth. El monitoreo comenzó en 2017, justo cuando el desarrollo petrolero se aceleró en la cuenca del Pérmico, particularmente en el condado de Reeves y sus alrededores, y comenzó a detectarse un aumento de la actividad sísmica.
“Fue realmente muy fortuito”, dijo el Dr. Peter Hennings, investigador principal del Centro de Investigación Integrada de Sismicidad de la Universidad de Texas. El Dr. Hennings dijo que si bien los terremotos pueden ocurrir de forma natural en el oeste de Texas, también pueden ser inducidos por la actividad humana: la inyección de una gran cantidad de agua en un corto período de tiempo agrega presión de fluido debajo de la tierra, lo que esencialmente disminuye la "sujeción" entre las rocas a lo largo de fallas naturales y les permite deslizarse, creando un terremoto.
Los sismólogos han establecido una relación entre los terremotos más pequeños y los más grandes, cuantos más terremotos pequeños pasen, mayor será la probabilidad de que ocurra uno más grande.
El problema se puede abordar reduciendo la cantidad de agua residual que se inyecta de nuevo en el suelo. Oklahoma, por ejemplo, lo hizo en los últimos años y ha visto una reducción en el número de terremotos.
En 2021, la Comisión de Ferrocarriles de Texas notó “una frecuencia sin precedentes de terremotos” en el condado de Reeves y sus alrededores y pidió a las empresas que implementaran sus propios planes de aguas residuales, con la esperanza de disminuir la cantidad de terremotos de magnitud 3.5 o más para fines de este año.
Para hacer frente a los terremotos fuera de Odessa y Midland, los reguladores estatales suspendieron los permisos para pozos profundos de eliminación. Y justo al norte de la frontera con Texas, los reguladores de Nuevo México han estado tomando sus propias medidas para controlar la eliminación de agua salada, incluidas multas de $2 millones a Exxon por fallas en el cumplimiento.
El problema del fracking ha sido importante para los grupos ambientalistas de Texas, que han expresado su preocupación por la contaminación, el cambio climático, la desigualdad social y ahora los terremotos. “Ya es hora de que la Comisión de Ferrocarriles de Texas actualice la legislación sobre los pozos de inyección”, dijo Cyrus Reed, director de conservación del Capítulo Lone Star del Sierra Club, y agregó que debería haber límites para inyectar “aguas residuales contaminadas del fracking” en lugares afectados por la actividad sísmica.
Hasta ahora, los terremotos no han causado daños muy notables. Algunos residentes dijeron que notaron nuevas grietas en sus paredes o patios, o un techo que parecía inclinarse un poco más que antes. Mientras tanto, cada nuevo temblor se ha convertido en un tema cotidiano de conversación.
Para nosotros en el Sierra Club es primordial contribuir a romper el paradigma de continuar utilizando los combustibles fósiles, informando sobre los riesgos y alternativas. Los terremotos asociados a la práctica del fracking son otra muestra más de que esta voraz industria es un peligro para el planeta, nuestros frágiles ecosistemas y las comunidades que viven cerca de ellas