Fuera del Capitolio, 6 de enero, 2021. (Foto: J.M. Giordano/SOPA Images/Sipa USA vía AP Images)
Por Courtney Hight
Mientras observaba el ataque del 6 de enero contra el Capitolio Federal, me horroricé, al igual que millones de estadounidenses. Solía vivir y trabajar cerca del Capitolio, y conocía a personas que estaban trabajando allí ese día. El ataque, de muchas maneras, lo sentí como algo muy personal. Temí por la seguridad de los agentes de seguridad que trataban de detener a los atacantes. Temí por los congresistas y su personal escondidos bajo escritorios y tras puertas atrancadas. Y me horroricé por el futuro de la democracia estadounidense.
Por primera vez en la historia de Estados Unidos, una pequeña facción de supremacistas blancos lanzó un violento ataque contra la sede del gobierno para detener la pacífica transición de poder. He visto golpes en Honduras, Sudán y Myanmar, pero jamás pensé que podría ver algo así en suelo estadounidense. Me sentí horrorizada y confusa al mismo tiempo. Al ver el Capitolio bajo ataque, recuerdo que pensé, “¿Y si los insurgentes logran bloquear la pacífica transición de poder? ¿Estábamos a punto de convertirnos en un país fascista con un gobierno no elegido, sin más?”
Los insurgentes mataron a cinco miembros de las fuerzas del orden e hirieron a 150 más. Hubo disparos en la puerta de la Cámara de Representantes. Si no hubiera sido por la generosa valentía del policía del Congreso Eugene Goodman y otras personas que actuaron con premura en el Capitolio ese día, los insurgentes hubieran tomado rehenes y potencialmente hubieran asesinado a líderes electos, tal y como habían declarado anteriormente. Y quizá la parte más indignante de la tragedia del 6 de enero es que los insurrectos fueron instigados por nada menos que el entonces presidente Donald Trump, quien pudo haber detenido el ataque pero rechazó hacerlo.
Desde la asonada, muchos republicanos han apoyado vocalmente esta facción extremista. Muchos representantes electos republicanos han rechazado los intentos de exigir responsabilidades por el ataque o incluso apoyar una investigación sobre cómo ocurrió dicho ataque. Menos de diez senadores republicanos votaron en favor de realizar una investigación independiente y no partidista sobre qué ocurrió ese día.
Que no quede duda alguna: lo del 6 de enero fue un ataque planeado. Fue parte de un intento golpista para usurpar la elección e instaurar un gobierno en contra de la voluntad popular. Donald Trump y su personal de la Casa Blanca fueron las principales figuras de la intentona golpista, pero también estuvieron involucrados congresistas federales y estatales. Congresistas republicanos dieron tours del Capitolio a atacantes en los días anteriores al 6 de enero. El jefe de gabinete de Trump, Mark Meadows, prometió que la Guardia Nacional protegería a los seguidores de Trump. Trump y su personal de la Casa Blanca incluso discutieron la posibilidad de declarar la ley marcial o usar una orden ejecutiva para incautar votos de funcionarios locales. Hubo conversaciones en la Casa Blanca sobre animar al vicepresidente Mike Pence a invalidar la certificación electoral y entregar un segundo mandato a Trump.
"Que no quede duda alguna: lo del 6 de enero fue un ataque planeado. Fue parte de un intento golpista para usurpar la elección e instaurar un gobierno en contra de la voluntad popular".
Por fortuna, estos planes fracasaron. Pero el 6 de enero, llegamos más cerca que nunca al fin de un experimento democrático de siglos. Y las amenazas contra la democracia estadounidense no acabaron cuando Trump abandonó la Casa Blanca. Muchos creen que la intentona golpista fue solo un ensayo de futuros ataques contra la democracia. Los mismos que planearon la insurrección han cambiado sus tácticas para amañar elecciones estatales y locales.
Por ello es que todos tenemos que tomarnos el 6 de enero como una señal de alarma y actuar para evitar que algo así vuelva a ocurrir. Nada menos que el futuro de la democracia está en juego.
Muchos que apoyaron la “Gran Mentira” de Trump sobre las elecciones de 2020 están cambiando las leyes de gobiernos estatales y locales por todo el país para hacer más difícil que voten las personas de color, los jóvenes y personas de bajos ingresos, y también para que políticos partidistas amañen elecciones e intimiden a votantes y trabajadores electorales. Las legislaturas dominadas por los republicanos están diseñando nuevos distritos electorales que asegurarán el dominio de su partido al menos en la próxima década. Y demasiados republicanos continúan promocionando la Gran Mentira y diseminando desinformación que siembra la desconfianza en nuestro sistema electoral. Estos esfuerzos por sabotear la democracia no son un secreto. Están ocurriendo a plena luz del día. Si no pueden amañar las elecciones por medio de leyes, intimidando y acosando a los votantes y trabajadores electorales, no podemos descontar que intentarán protagonizar otra violenta insurrección.
Hay tiempo, no obstante, de impedir que ocurra esta pesadilla. Podemos detener el derrumbe hacia el gobierno de la minoría. Podemos dar la oportunidad a Estados Unidos de seguir en busca de la esperanza sobre la cual se fundó nuestro país, la búsqueda de una democracia que realmente sea de, por y para el pueblo. Y podemos asegurar un gobierno inclusivo, equitativo y justo en el que nuestros políticos rindan cuentas al pueblo, no a las corporaciones ni a las élites adineradas.
Tenemos que recordar a quienes sacrificaron sus vidas para proteger al Congreso del pueblo. Y simultáneamente tenemos que denunciar a los responsables de la insurrección para exigirles responsabilidades, para saber los detalles de quiénes estaban involucrados en la intentona golpista. El 6 de enero, aprendimos que lo que tenemos es imperfecto y muy frágil.
La mejor oportunidad de proteger y reforzar la democracia estadounidense está en manos de este Congreso. Durante meses, los senadores republicanos han bloqueado múltiples proyectos de ley pro democracia, incluyendo la Ley de Libertad para Votar, la Ley John Lewis de Avance de los Derechos del Votante y la Ley de Protección de la Democracia Estadounidense. Estos tres proyectos federales remediarán las perniciosas leyes estatales que de otra manera impedirían votar a millones de personas en las próximas elecciones. Estas leyes en el Senado servirán de antídoto contra golpes similares al que lideró Trump en 2020 e impedirán que republicanos en legislaturas estatales se adueñen de la administración de elecciones y del conteo de los votos.
Estos proyectos también mejorarán las funciones del gobierno y del país entero. Tendremos más elecciones libres y justas y una mejor oportunidad de elegir a políticos que respondan a nuestras expectativas. Es una lucha para proteger nuestro derecho más sagrado como democracia: el principio de una persona, un voto.
Courtney Hight es directora del Programa de Democracia del Sierra Club.