Por Michael Brune
El Sierra Club es una organización fundada hace 128 años que posee una compleja historia, parte de la cual ha causado daños significativos e inconmensurables. Como defensores de las personas negras que derriban monumentos confederados por todo el país, también nosotros tenemos que aprovechar este momento para examinar nuestro pasado y nuestro substancial papel en perpetuar la supremacía blanca.
Ya es hora de derribar algunos de nuestros propios monumentos, empezando con confrontar la verdad sobre la historia inicial del Sierra Club. A este seguirán artículos sobre cómo hemos tenido que evolucionar acerca de temas como la inmigración y el control de natalidad, la justicia ambiental, y la soberanía de los pueblos indígenas. El artículo final de esta serie tratará sobre cómo el Sierra Club se centrará en las voces de las personas que hemos ignorado históricamente para empezar a reparar algunos de los daños que hemos causado.
La figura más monumental del Sierra Club en el pasado es John Muir. Adorado por muchos de nuestros miembros, sus escritos enseñaron a generaciones a ver la santidad de la naturaleza. Pero Muir mantuvo amistades con personas como Henry Fairfield Osborn, quien trabajó por la conservación de la naturaleza y de la raza blanca. Director de la Sociedad Zoológica de Nueva York y del Consejo de Administración del Museo Americano de Historia Natural, Osborn también ayudó a fundar la Sociedad Americana de Eugenesia el año después de la muerte de Muir.
Y Muir no fue inmune al racismo mostrado por muchos en los inicios del movimiento conservacionista. Pronunció comentarios derogatorios sobre personas negras e indígenas basándose en estereotipos racistas profundamente dañinos, aunque sus opiniones evolucionaron a lo largo de su vida. Como la figura más icónica de la historia del Sierra Club, las palabras y actos de Muir conllevan un gran peso. Los dos continúan hiriendo y alienando a indígenas y otras personas de color que se relacionan con el Sierra Club.
Otros miembros y líderes de los inicios del Sierra Club —como Joseph LeConte y David Starr Jordan— fueron apasionados defensores de la supremacía blanca en su rama pseudocientífica, la eugenesia. Jordan, por ejemplo, fungió en la junta directiva durante la presidencia de Muir. Como elemento clave del movimiento eugenésico, defendió leyes y programas de esterilización forzosa que privaron a decenas de miles de mujeres de su derecho a tener hijos, mayormente negras, latinas, indígenas, pobres, y personas con discapacidades y enfermedades mentales. También cofundó la Fundación para la Mejora Humana, cuyas investigaciones y leyes modelo se usaron para crear la legislación eugenésica de la Alemania Nazi.
En estos años iniciales, el Sierra Club era básicamente un club excursionista para blancos de clase media y alta que trabajaban para preservar los parajes que exploraban, parajes que empezaron a necesitar protección solo unas décadas antes, cuando los colonos blancos desplazaron violentamente a los pueblos indígenas que habían vivido y cuidado esas tierras por miles de años. El Sierra Club mantuvo esa orientación básica hasta al menos la década de 1960 porque la membrecía siguió siendo exclusiva. Solo se podía ser miembro por medio del patrocinio de miembros ya existentes, algunos de los cuales excluían a los solicitantes de color.
La blancura y privilegio de los miembros iniciales provenía de una idea muy peligrosa que sigue circulando hoy en día. Es la idea de que explorar, disfrutar y proteger la naturaleza pueden separarse de asuntos humanos. Tal ignorancia voluntaria es la que permite a algunas personas cerrar los ojos a la realidad de que los parajes que amamos son también las tierras ancestrales de pueblos indígenas, expulsados de sus tierras en las décadas o siglos antes de que se convirtieran en parques nacionales. También les permite ignorar el hecho de que solo personas aisladas del racismo sistémico y la brutalidad pueden permitirse proteger solo la naturaleza. Las comunidades negras, indígenas y de color continúan aguantando la traumática carga de luchar por sus derechos a un medio ambiente saludable, al mismo tiempo que peleando por librarse de la discriminación y la brutalidad policial.
La persistencia de esta idea a la deriva es parte de la razón por la que nuestros miembros siguen pidiéndonos que “no nos desviemos”, y que dejemos de hablar sobre temas de raza, equidad y privilegio. Pero como dice el autor Julian Brave NoiseCat, “El medio ambiente ya no es un santuario exclusivo de los blancos. Los complicados temas de sociedad, poder y raza están interconectados por todas partes”.
El Sierra Club al que quiero pertenecer no solo reconoce esa realidad, también trabaja contra el racismo y la exclusión donde quiera que ocurra, en los parques y parajes naturales, en las comunidades, en las esferas de poder, y especialmente entre nuestro personal, voluntarios y los 3,8 millones de miembros y seguidores del Club.
Ya sé que este no es el Sierra Club que existió históricamente. La gente dentro de la organización ha tenido que empujar para que la organización evolucione a mejor y para colocarse afirmativamente en el lado de la justicia, a menudo a un gran costo personal. En los próximos artículos de esta serie, hablaremos más sobre la lucha que los pueblos indígenas, las gentes de color y nuestros aliados blancos han tenido que librar para que esta organización evolucione en temas como inmigración y justicia ambiental.
Por todos los daños que el Sierra Club ha causado, y continúa causando, a la gente negra, indígena y otras comunidades de color, lo siento profundamente. Ya sé que las disculpas son huecas a no ser que vayan acompañadas de un compromiso para cambiar. Aquí me estoy comprometiendo ahora mismo, y les invito a asegurarse de que otros líderes del Sierra Club, personal y voluntarios cumplimos con nuestra palabra de convertirnos en una organización antirracista.
Para empezar, estamos rediseñando nuestra estructura de liderazgo para que líderes negros, indígenas y de color en el Sierra Club conformen la mayoría del equipo que toma las decisiones más sustanciales de la organización. Vamos a iniciar cambios similares para subrayar las voces y experiencias del personal de color en toda la organización. Ya sabemos que los sistemas de poder que nos han traído aquí no permitirán el cambio transformador que necesitamos.
A la espera de la aprobación de nuestra junta, vamos a redistribuir $5 millones a lo largo del próximo año —y más en años venideros— para hacer inversiones largamente esperadas en nuestro personal de color y en nuestra labor de justicia ambiental y racial. Vamos a crear un diálogo y los recursos para nuestros miembros en relación con la intersección entre el racismo y la justica ambiental, y vamos a invertir en nuestros recursos humanos y capacitación para asegurarnos de que el personal, voluntarios y miembros rindan cuentas por cualquier deño que causen a miembros de nuestra comunidad del Sierra Club que se identifiquen como negros, indígenas o personas de color. También el año entrante estudiaremos nuestra historia y determinaremos cuáles de nuestros monumentos tienen que cambiar de nombre o ser eliminados sin más.
En el último artículo de esta serie, hablaremos mucho más detalladamente acerca de los pasos que estamos dando para reconstruir el Sierra Club sobre una base de justicia racial y social y para reparar los daños que hemos causado. Ya sé que los pasos que he delineado son solo el principio de lo que será un proceso de años para lidiar con nuestra historia, recuperar la confianza de las comunidades que hemos dañado, y crear un Sierra Club diverso y equitativo para el siglo 21.
Michael Brune es director ejecutivo del Sierra Club, la mayor organización ambiental de base de Estados Unidos. Puedes contactarlo en michael.brune@sierraclub.org y seguirlo en Twitter (@bruneski) y Facebook.