El que mal anda, mal acaba, dice el refrán, y estos días, los gigantes petroleros van de tropiezo en tropiezo.
El primero ocurrió en Holanda, donde un tribunal dictó una decisión histórica al exigir a la petrolera anglo-holandesa Shell, el séptimo peor contaminador climático del planeta, que reduzca sus emisiones en un 45% para 2030 con respecto a 2019. El tribunal, el primero en exigir responsabilidades climáticas a una compañía en lugar de a un país, ordenó a Shell que ajuste sus emisiones y las de sus abastecedores y clientes a las metas del Acuerdo de París.
El argumento triunfador de Amigos de la Tierra (AT), la organización que presentó el juicio hace cinco años, se basó en que Shell —al retrasar durante décadas adaptarse a las exigencias de la emergencia climática que todos confrontamos— viola los derechos humanos a la vida y la vida familiar, tal y como especifica la ley holandesa y la Convención Europea sobre Derechos Humanos. En declaraciones al diario El País de Madrid, el abogado jefe de AT, Donald Pols, dijo que Shell ha estado preparada durante años para acometer las reformas que exige el tribunal, pero “es prisionera de sus accionistas, que han votado hasta ahora en contra”.
Irónicamente, fueron accionistas quienes anotaron otras tres victorias históricas para la causa climática internacional. Hartos de ver a la mayor petrolera del mundo, ExxonMobil, arrastrar los pies en la lucha climática, activistas del fondo financiero Engine 1 dieron un golpe de efecto logrando que al menos tres de sus candidatos fueran elegidos a la junta directiva de la compañía. Esta es la primera vez que el activismo climático ha logrado infiltrar la junta de la compañía —el cuarto peor contaminador climático— para forzarla a tomarse en serio la lucha contra esta emergencia planetaria.
Los accionistas de Chevron —el segundo peor contaminador climático— votaron abrumadoramente por que la compañía, sus clientes y abastecedores reduzcan sus emisiones climáticas. La propuesta fue presentada por el grupo activista holandés Follow This, el cual introdujo otra iniciativa triunfadora en la junta de accionistas de ConocoPhillips que obliga al 13º peor contaminador mundial reducir las emisiones del uso comercial de sus productos.
Estas victorias y muchas otras se deben a la presión incesante de activistas climáticos de todo el mundo, y no a la iniciativa propia de una industria que ha conocido, escondido y negado durante décadas los efectos catastróficos de sus emisiones en la atmósfera de la que todos dependemos.
Solo unos días antes, la Agencia Internacional de Energía advirtió que el nuevo desarrollo de combustibles fósiles tiene que acabar este año para poder cumplir con la meta de eliminar por completo las emisiones climáticas para 2050. En su advertencia más determinante, la agencia indicó que debe eliminarse la venta de vehículos de motor de explosión para 2030 y duplicarse las inversiones energéticas mundiales a $5 billones (trillions en inglés) anuales.
Ante este alud de malas noticias, durante una audiencia pública, senadores republicanos imploraron, sombrero en mano, a los bancos más poderosos del país que continúen financiando a la industria fósil. Y los cinco mayores bancos dieron un rotundo sí.
Mientras tanto, el Fondo Monetario Internacional (FMI) emitió una dura advertencia diciendo que la emergencia climática “absolutamente” podría causar una crisis económica mundial. Citando los efectos catastróficos de desastres naturales acentuados por el calentamiento global, los investigadores del FMI concluyeron que “la crisis climática es una crisis existencial”.
Es también una crisis sanitaria. Un nuevo estudio reveló que el 37% de las muertes por calor excesivo en el mundo se debe a la crisis climática.
Está claro que el futuro y el petróleo se repelen.
Oil and the Future Don’t Mix
It has been a very lousy spring for Big Oil, with a historic string of upsets.
The first one took place in the Netherlands, where a court ruled that Anglo-Dutch oil giant Shell—the world’s 7th worst climate polluter—must reduce its greenhouse gases emissions by 45 percent by 2030 in relation to 2019 levels. The court, the first one ever to demand climate responsibilities to a company instead of a country, ordered Shell to adjust its emissions and those of its providers and clients according to the Paris Agreement’s goals.
The winning argument of Friends of the Earth (FOE), the organization that filed the suit five years ago, was based on the fact that Shell—by delaying for decades to adapt to the demands of the climate emergency we all confront—violates the human rights to life and family life, as specified in Dutch law and the European Convention on Human Rights. In an interview with Madrid newspaper El País, FOE’s lead attorney Donald Pols said for years Shell has been prepared to adopt the reforms the court demands, but “it is a prisoner of its own shareholders, who up to now have voted against it.”
Ironically, it was shareholders who scored three other resounding victories for the international climate cause. Fed up with the world’s biggest oil company, ExxonMobil, dragging its feet in the climate fight, activists of hedge fund Engine No. 1 conducted a successful coup by seating at least three of their candidates on the company’s board of directors. This is the first time climate activists have been able to infiltrate the board of the world’s fourth worst climate polluter to force it to take the climate emergency seriously.
At Chevron, the world’s second worst climate polluter, shareholders overwhelmingly voted in favor for the company, its clients and suppliers to curb their greenhouse emissions. The proposal was introduced by Dutch activist group Follow This, which presented another winning proposal at the shareholders meeting of ConocoPhillips, the world’s 13th worst polluter, to reduce the emissions of the commercial use of its products.
These victories, and many others, are happening thanks to the unrelenting pressure of climate activists the world over, and not to the initiative of an industry that for decades has known, hidden and denied the catastrophic effects of its emissions on the atmosphere we all depend on.
Just days before, the International Energy Agency stated that new fossil fuel developments must completely stop this year in order to meet the goal of eliminating all greenhouse emissions by 2050. In its strongest warning yet, the agency indicated that the sale of fossil fuel vehicles must end by 2030 and urged to double the global yearly energy investments to $5 trillion.
After this avalanche of bad fossil fuel news, during public hearings, Republican senators, hat in hand, implored the country´s megabanks to continue financing of this industry, to which the banks gave a resounding yes.
Meanwhile, the International Monetary Fund issued a stern warning that the climate emergency could “absolutely” trigger a world financial crisis. Citing the catastrophic effects of weather disasters aggravated by global warming, the IMF researchers concluded that “the climate crisis is an existential crisis.”
It’s also a healthcare crisis. New research blames climate change for 37 percent of the world’s deaths due to excessive heat.
Evidence that oil and the future don’t mix keeps piling up.