Nos Tienen Miedo/They Are Afraid of Us

Después de las elecciones más multitudinarias y limpias de la historia de Estados Unidos, gobernadores y legisladores republicanos están dejando claro que nos tienen miedo. A nosotros, a los negros, los indígenas, los asiáticos. Y en lugar de tratar de ganar nuestro voto con sus ideas, optan por atacarlo con la peor campaña de supresión del votante en la historia reciente.

El pánico ha resultado en la propuesta o aprobación de más de 360 iniciativas legislativas en 47 estados para restringir nuestro derecho al voto, alegando la Gran Mentira, que en 2020 el fraude electoral derrotó a Donald Trump. 

Hasta el momento, el líder indiscutible en esta carrera por la supresión es Georgia. El 25 de marzo, el gobernador republicano Brian Kemp ratificó la draconiana SB 202, el Frankenstein de las leyes racistas, como la llamó una senadora estatal, repleta de obstáculos para impedir la participación de negros, latinos y personas de bajos ingresos. La iniciativa limita las opciones de voto por correo, reduce las opciones de voto temprano, restringe el número de buzones de votación, y, en un guiño a los intentos de Trump de anular los resultados de las elecciones en ese estado, pone a la Junta Electoral Estatal en manos de la legislatura para interferir de acuerdo con preferencias políticas. En el colmo de la crueldad legislativa, también criminaliza dar agua o alimentos a personas que pasan horas en línea para ejercer su derecho al voto.

Y que nadie se atreva a cuestionar este descarado abuso de poder. La Liga de Béisbol decidió cambiar su sede del juego de los All Stars de Atlanta a Colorado en protesta  por la SB 202, lo cual desató llamados al boicot del Pasatiempo Nacional por parte de gobernadores y legisladores republicanos. La competencia en esta carrera supresora es fiera. Días después, la legislatura de Florida agregó una cláusula a un proyecto de ley que también penalizaría a quienes den agua a los votantes en línea. Por supuesto, ser latino, negro o indígena ya aumenta exponencialmente los periodos de espera para votar.

La excusa inamovible para suprimir el derecho a voto de los más vulnerables sigue siendo el supuesto fraude electoral. Una vez más, en 2020 Trump y su partido injustificadamente denunciaron fraude electoral. 

Esta crisis que amenaza la esencia del orden democrático, la santidad del derecho a voto, posee profundas raíces en el movimiento conservador. En años recientes, un hecho histórico desencadenó la actual ofensiva supresora. En 2013, la Corte Suprema, liderada por el Magistrado Jefe John Roberts, asestó un golpe mortal a la Ley de Derechos del Votante de 1965 debilitando su 5ta Cláusula, la cual obligaba a los estados a consultar con el gobierno federal para reformar sus leyes electorales.

El remedio contra esta plaga antidemocrática se llama la Ley Para el Pueblo, el proyecto legislativo del Senado que completaría la reforma electoral más progresiva en medio siglo. La iniciativa exigiría el registro automático de votantes, extendería el voto por correo y reduciría drásticamente la influencia del dinero oculto en la financiación de campañas electorales, entre otras iniciativas.

La Ley Para el Pueblo ha alarmado a las fuerzas reaccionarias y sus poderosos financieros porque acabaría con el yugo que impide a millones de latinos, negros, indígenas y personas de bajos ingresos ejercer libremente su sagrado derecho al voto y a decidir su futuro y el de sus familias.

Nos tienen miedo porque nosotros somos muchos más que ellos.

(English)

They Are Afraid of Us

After the most secure election with the highest voter turnout in history, Republican governors and state legislators are making it clear they are afraid of us, Latinos, Blacks, Native Americans, Asian Americans. Instead of trying to earn our vote with their ideas, they have opted to attack us with the worst voter suppression campaign in recent history.

Their panic—fueled by an ever more ethnically diverse population—has resulted in the drafting or passing of more than 360 racist legislative bills in 47 states. They aim at restricting our right to vote, alleging the Big Lie that voter fraud defeated Donald Trump.

So far, the indisputable leader in this rush to suppress is Georgia. On March 25, Republican Governor Brian Kemp signed the draconian S.B. 202—the Frankenstein of voter suppression laws, as a Georgia senator called it—which is chock-full of obstacles to impede the participation of the most disadvantaged. The law limits mail-in voting, cuts down early voting alternatives, reduces the number of voting booths, and, with a wink to Trump’s attempt to alter the results of the last election, puts the State Elections Board in the hands of the legislature to interfere in the outcome according to political preferences. Furthermore, in a show of legislative cruelty, it criminalizes giving water or food to voters waiting in line.

And nobody dare question this outlandish abuse of power. Major League Baseball decided to move its All Start game from Atlanta to Colorado in protest of the passing of S.B. 202, which prompted Republicans from Georgia and elsewhere to boycott the national pastime. Competition in the suppression race is fierce. The Florida legislature added a clause to a bill that would also punish those offering water to waiting voters. Of course, being Latino, Black, or Native American already exponentially increases your liklihood of experiencing long wait times at the polls.

The perennial excuse to suppress the vote of the most vulnerable continues to be alleged electoral fraud. Once again, in 2020, Trump and his party baselessly claimed they were cheated. This crisis threatens the very essence of democracy, the sanctity of the right to vote, and possesses deep roots in the conservative movement. More recently, a historic decision, concluding that racism was over, unleashed the current suppressing offensive. In 2013, the Supreme Court, led by Chief Justice John Roberts, dealt a mortal blow to the 1965 Voting Rights Act, weakening its Section V, which obligated certain states to check with the federal government before reforming their voting laws.

The remedy for this anti-democratic plague is called the For the People Act, a bill in Congress that would accomplish the most progressive voting rights transformation in half a century. It would demand the automatic registration of voters, extend mail-in voting, and drastically reduce the influence of dark money campaign finance, among other reforms.

The For the People Act has alarmed reactionary forces and their financiers because it would help put an end to the obstacles that keep millions of Latinos, Blacks, Native Americans and low-income folks from freely exercising their sacred right to vote and decide their future and that of their families.

They are afraid of us because there are many more of us than them.


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