Adaptación al español por Fabián Capecchi sobre el artículo original de Heather Smith en la revista Sierra.
La alegría y los excesos de alimentos durante las próximas fiestas y la celebración del Día de Acción de Gracias es muy propicia para pensar en la inmensa cantidad de comida que es desperdiciada en todo el país, mientras tanta gente pasa hambre.
Janna Cordeiro, gerente de programa del Mercado de Productos de San Francisco, un almacén sin fines de lucro para los distribuidores de alimentos locales, camina por un muelle de carga, examinando los productos que han donado a los bancos de alimentos. "¡Mira estas frutas!" dice, indignada. "¡Están perfectas!"
El Proyecto de Ley del Senado de California 1383 fue firmado hace años por el entonces gobernador Jerry Brown, quien ordenó al Departamento de Reciclaje y Recuperación de Recursos del estado (CalRecycle) desarrollar un conjunto de reglas que exijan que los gobiernos locales reduzcan la cantidad de basura biodegradable que las empresas y los residentes envían a los vertederos, en al menos un 75 por ciento. En ese momento, Brown declaró que era una herramienta valiosa para combatir las emisiones de metano.
Esta ley es un programa de alimentos estatal destinado a contrarrestar la cantidad de desechos de comida en los Estados Unidos que es desperdiciada. Bien sea la comida que un restaurante o una tienda de comestibles dona para ser aprovechada, es decir: frutas, verduras o alimentos en buen estado para las iglesias, centros para personas mayores, refugios para personas sin hogar y otras organizaciones sin fines de lucro que los necesitan desesperadamente. Los gobiernos locales deben averiguar cómo trabajar con esas empresas para desviar al menos el 20 por ciento de esa comida y dársela a la gente. En los próximos dos años, CalRecycle será libre de comenzar a multar a los condados que no cumplan.
La gran cantidad de alimentos disponibles para donar, y la cantidad de iglesias, centros para personas mayores, refugios para personas sin hogar y otras organizaciones sin fines de lucro en el Área de la Bahía de San Francisco que los necesitan desesperadamente, destapan otro problema, la desigualdad de ingresos y la distribución de alimentos.
San Francisco ahora tiene más multimillonarios per cápita (1 multimillonario por cada 11,612 residentes) que cualquier otra ciudad de la Tierra. La brecha entre los residentes más ricos y la clase media se está ampliando en todas las áreas metropolitanas importantes de Estados Unidos. Esta desigualdad ha creado un incentivo perverso. Las empresas prefieren enfocarse en los sectores de ingresos más altos, manteniendo un inventario disponible mayor del que pueden vender.
Otras opciones como agregar un nuevo refrigerador o congelador al almacén de productos por caducar, o una cocina comercial que podría convertirlos en formas más estables como encurtidos y mermeladas, se han vuelto prohibitivamente caras. Las organizaciones comunitarias a las que el mercado de productos agrícolas envía alimentos comparten el mismo problema.
En algunas partes del mundo, la infraestructura es menos importante. Las empresas que venden productos perecederos, como las panaderías, tienen cuidado de no ganar más de lo que pueden vender, hasta el punto de cerrar la tienda antes de tiempo si se agotan. Las recesiones económicas tienden a hacer que las operaciones alimentarias sean más eficientes.
Hace cuatro años, el parlamento de Francia votó unánimemente por prohibir a los supermercados destruir alimentos no vendidos y exigirles que fuesen donados a programas de alimentos o para utilizarlos como abono o alimento para el ganado. Un informe publicado un año después concluyó que la prohibición aún tenía mucho camino por recorrer: una aplicación deficiente, así como la falta de buen transporte y refrigeración, habían dejado una gran cantidad de desechos en el sistema. Sin embargo, los experimentos a menor escala, como los “refrigeradores comunitarios”, refrigeradores públicos donde cualquiera podía colocar o recolectar alimentos donados, tuvieron éxito o menos problemas dependiendo de la buena voluntad y el sentido común de las personas que los atendían y los usaban.
Según las cifras del USDA, uno de cada 10 estadounidenses califica dentro del rango de "pobreza alimentaria", lo que significa que hay momentos durante el año en que no tienen suficiente dinero para comprar alimentos. Un amigo mío que recientemente comenzó a enseñar en la escuela secundaria se desesperó por un grupo de estudiantes que siempre parecían demasiado somnolientos y les costaba prestar atención, hasta que se dio cuenta de que en realidad estaban luchando por concentrarse porque tenían hambre.
Seríamos muy afortunados si el desperdicio de alimentos en California, el estado más productivo en agricultura del país, fuera solo un problema ecológico.
El Sierra Club aboga porque nadie pase hambre en el país y apoya los esfuerzos de muchos grupos que ayudan o enseñan cómo lograr un mejor manejo de los alimentos que sobran, que son muchos y variados, para que disminuya el desperdicio de comida, o este sea convertido en compost para germinar vegetales y frutas más sanos.