El lamentable espectáculo que hemos presenciado desde la llegada de Donald Trump a la presidencia ha dejado claro que los matones están de enhorabuena.
Y la muestra más reciente es el perdón presidencial que Trump ha otorgado al sheriff racista más infame del mundo, Joe Arpaio. Estos dos tienen mucho en común, especialmente cuando se trata de mortificar a mis compadres, los hispanos. Desde que fue elegido sheriff del Condado de Maricopa, AZ, en 1993 y derrotado en 2016, Arpaio ha demostrado un profundo desprecio por mi gente y una crueldad medieval para reprimirla.
En 2013, una corte federal lo declaró culpable de usar sistemáticamente el perfil racial hispano de sus víctimas para acosarlas y arrestarlas. Sus prisioneros, hacinados en cárceles a la intemperie en lo que él mismo llamaba su “campo de concentración”, sufrían temperaturas infernales en verano y gélidas en invierno. El “cuidado” médico que les proporcionaba lo calificó esa corte federal de “inconstitucional”. Según el Phoenix New Times, durante su despótico mandato, unos 160 prisioneros murieron en su campo de concentración, el índice de suicidios entre sus prisioneros alcanzó un escandaloso 23% y las denuncias legales por este trato se elevaron a más de 13.000, a un costo legal para los contribuyentes de $140 millones.
En julio otra corte lo declaró culpable de desacato, tras continuar con sus arrestos a mansalva de personas con apariencia hispana. La sentencia se hubiera dictado en octubre. Pero el 25 de agosto, su compadre Trump, en un acto sin precedentes de desprecio por el estado de derecho y aprovechandose de la atención de los medios que estaba atrayendo el Huracán Harvey, decidió perdonarlo, elogiando su labor contra “el flagelo del crimen y la inmigración ilegal”.
Este desdén por los más vulnerables, los más fáciles de reprimir y abusar, es una copia del bombardeo tóxico que sufren cientos de comunidades hispanas de todo el país. Si es hispano y pobre es muy probable que la contaminación sea su vecina, algo que se conoce como injusticia ambiental.
Un estudio de la Universidad de Minnesota confirmó en 2014 que la raza es el factor determinante de quién respira el peor aire. Los investigadores concluyeron que en comunidades de todo el país, las personas no blancas respiran un 46% más de dióxido de nitrógeno —un compuesto tóxico procedente de la quema del carbón y petróleo— que los blancos no hispanos.
Según un reporte de la Universidad Estatal de Washington, los barrios de inmigrantes hispanos en desventaja económica y que no hablan inglés tienen más probabilidades de estar expuestos a tóxicos cancerígenos aéreos que cualquier otra comunidad de Estados Unidos. “Los peligrosos contaminantes del aire pueden causar cáncer y otros defectos congénitos graves”, agrega. “La mayoría procede de automóviles y fuentes industriales como factorías, refinerías y plantas de combustión de carbón”.
Una encuesta del Sierra Club y Green Latinos reveló que el 40% de los votantes hispanos vive o trabaja peligrosamente cerca de un lugar tóxico, como una refinería, una planta de carbón o una autopista. Además, el 41% dijo que alguien de su familia inmediata sufre de cáncer y el 45% tiene a alguien con asma.
Y en Houston, debido a las devastadoras inundaciones provocadas por el Huracán Harvey, las comunidades que viven a la sombra de las instalaciones petroquímicas —abrumadoramente hispanos y afroamericanos— han reportado dolores de cabeza y garganta, y escozor de ojos debido a las emanaciones de gases venenosos. Al serles imposible evacuar, están atrapados bajo esta nube tóxica.
La defensa más efectiva contra estos atropellos es su voto. Recuerde qué candidatos luchan por la limpieza del aire y la decencia humana, y quiénes apoyan a los matones tóxicos que nos mortifican.