Pienso y pienso qué otro logro de la humanidad se puede comparar con el Acuerdo Climático de París. Y sigo sin encontrar algo que se le parezca, al menos en la historia reciente. Para la generación de mi hija, este bien podría ser el alfa-omega de su vida, el final de una amenaza terrible y el principio de una esperanza fundada.
París ha renovado su título de la Ciudad de la Luz, y ahora la Torre Eiffel alumbra como un faro un optimista porvenir, pese a los enormes retos que todavía confrontamos.
Echemos las campanas al vuelo, pero también centrémonos en un aspecto de la crisis climática del que hemos oído poco en estos días históricos: los devastadores efectos de la contaminación de los combustibles fósiles en la humanidad. Este es un veneno que socava la salud de cientos de millones de personas en todo el mundo.
Según un estudio de la Organización Mundial de la Salud, cada año unas 3.3 millones de personas mueren globalmente debido a la contaminación del aire, “más que el VIH, la malaria y la gripe juntos”. El estudio, sin embargo, no incluye enormes regiones del planeta, dejando un aterrador interrogante sobre si esa cifra debería ser mucho mayor.
En el norte de China, donde se concentra su industria pesada, la contaminación del aire, abrumadoramente procedente del carbón, reduce la expectativa de vida de sus 500 millones de habitantes en 5.5 años, un total de 2,500 millones de años perdidos.
Por supuesto, la situación en Estados Unidos, gracias a las salvaguardas medioambientales, es mucho menos dramática. Sin embargo, un reciente estudio revela que para un específico grupo de hispanos la contaminación del aire es particularmente grave.
Los barrios de inmigrantes hispanos en desventaja económica y que no hablan inglés tienen más probabilidades de estar expuestos a tóxicos cancerígenos aéreos que cualquier otra comunidad de Estados Unidos, dice el reporte de la Universidad Estatal de Washington.
“Los peligrosos contaminantes del aire pueden causar cáncer y otros defectos congénitos graves”, agrega. “La mayoría procede de automóviles y fuentes industriales como factorías, refinerías y plantas de combustión de carbón”.
El Dr. Raoul Liévanos, autor del reporte, confeccionó un mapa de Estados Unidos que revela los puntos más contaminados del país —la gran mayoría en el Noreste y California— los cuales coincidieron con frecuencia con la localización de estos barrios hispanos.
El estudio subraya de nuevo las consecuencias del desarrollo a mediados del siglo 20 de viviendas segregadas en Estados Unidos. Por aquel entonces, las industrias y otros focos contaminantes se construyeron cerca de barrios de inmigrantes no blancos de bajos ingresos.
Hoy día esto se conoce como injusticias medioambientales, y nosotros los hispanos, inmigrantes y no inmigrantes, las sufrimos desproporcionadamente. Según una encuesta del Sierra Club, el 43% de nosotros vivimos, trabajamos o estudiamos peligrosamente cerca de un lugar tóxico —una planta carbonera, una refinería, una autopista.
El Dr. Liévanos espera que su estudio ayude a los urbanistas a planear mucho mejor el emplazamiento de focos industriales lejos de poblaciones vulnerables. Además recomienda que como medida preventiva urgente se establezcan sistemas de alerta de contaminación para informar a la población no solo en inglés sino también es español.
La medida más efectiva para acabar con esta lacra social, no obstante, es la que nos recomiendan los científicos del mundo: dejar en el subsuelo al menos 2/3 partes de las reservas de combustibles fósiles.
Esto nos permitiría evitar las peores consecuencias de la crisis climática en el futuro y salvar millones de vidas hoy mismo.