Demasiado a menudo, la ironía no tiene vergüenza. Y si no, que se lo pregunten a los residentes de Richmond, California, una comunidad de bajos ingresos, eminentemente hispana y víctima de uno de los peores bombardeos de contaminación de combustibles fósiles en todo el país.
El asedio tóxico es incesante. Richmond —40% hispano y 5% anglosajón— no solo está rodeado de instalaciones petroquímicas, sino que de su puerto se exportan millones de toneladas de carbón y coke de petróleo (petcoke) —un residuo del refinado del crudo.
“Estacionan los trenes carboneros de una milla de longitud justo al lado de la estación de Amtrak”, dice Andrés Soto, organizador del grupo Comunidades para un Mejor Medio Ambiente. “Y luego descargan los vagones en la terminal, donde se acumulan montañas de carbón y petcoke para exportarse a China y otros países”.
El Puerto de Richmond con los depósitos de carbón y petcoke al fondo (Foto: Sierra Club)
Se estima que en su trayecto, cada vagón de tren carbonero pierde hasta una tonelada de polvo, un agente tóxico que contiene venenos como arsénico, plomo, cromo y otros metales pesados. Este cóctel nocivo puede causar bronquitis, enfisema, cáncer y hasta muerte prematura.
Camino de la terminal, los trenes pasan justo al lado de cuatro escuelas elementales que son abrumadoramente hispanas. Y el nombre de una de ellas, nos recuerda que la ironía no tiene vergüenza.
“Se llama Verde Elementary School, la cual es 80% hispana. El polvo de los trenes carboneros aterriza en los patios de estas escuelas”, advierte Soto.
Pero en Richmond ya llueve sobre mojado.
“Las comunidades de bajos ingresos, al estar rodeadas de refinerías, ya sufren altos niveles de asma, cáncer y otras enfermedades de inmunodeficiencia”, dice Soto. “Y esto ha estado ocurriendo durante décadas. Ahora, con los depósitos de carbón y petcoke solo podemos esperar que esta situación empeore”.
El petcoke es un residuo del refinado del petróleo extremadamente tóxico y con un gran contenido de gases de calentamiento global que se exporta principalmente a Asia. Una tonelada de petcoke produce más del 50% de dióxido de carbono que el carbón, y su alto contenido de metales pesados y azufre lo convierte en una peligrosa amenaza a la salud pública.
Uno se pregunta, qué más tiene preparado la industria de combustibles fósiles para castigar a los residentes de Richmond. Increíblemente, resulta que esta ciudad también recibe las llamadas bombas rodantes, trenes petroleros que han causado devastación y muerte en varias comunidades de Norteamérica.
Richmond, sin embargo, parece más bien ser un puerto de escape para una industria carbonera que cae en picada, y que ve su producto rechazado en Estados Unidos. La recesión carbonera es tal que las algunas de las mayores compañías están en la ruina o con el agua al cuello.
Y este declive es mundial. Por primera vez, en 2013, se instaló más capacidad de energía renovable que fósil, y según Bloomberg News, este patrón es irreversible, encaminando el futuro de la energía fósil en la misma dirección que los dinosaurios de la que procede.
Mientras tanto Richmond sigue pagando las consecuencias de una cruel industria que ignora las realidades económicas y climáticas y se obsesiona con las ganancias del próximo trimestre.
“Es triste que estos ejecutivos no amen a sus hijos de la misma manera que nuestra comunidad ama a sus hijos y nietos”, se lamenta Soto. “Porque si lo hicieran, no se comportarían de esta manera destructiva que está arruinando el planeta en el que todos vivimos”.
Y esto incluye el inmediato bienestar y salud de comunidades hispanas de todo el país, incluyendo a Richmond.