Por Javier Sierra
Pati Calzada vive con el miedo como constante compañero. Su hijo de seis años de edad, Abraham, sufre de asma, y sus frecuentes ataques llenan a ambos de terror y congoja.
“Se asusta y me llama, ‘¡Mamá!’, y le oigo jadear y me pregunta, ‘¿por qué no puedo respirar, qué me pasa?’, y yo tengo que calmarlo porque no puedo darle la medicina cuando está con pánico”, se lamenta Pati, quien también sufre de asma.
La enfermedad, la cual se la diagnosticaron hace unos meses, ha cambiado por completo la vida de Abraham.
Pati Calzada y su hijo, Abraham, dos víctimas de la tiranía del asma (Foto: Sierra Club)
“Es un niño muy activo, le encanta correr”, dice Pati. “Pero ahora no puede correr ni la mitad de tiempo que solía correr, le falta el aliento, no puede respirar y me da mucho miedo”.
La causa de sus desdichas es un indeseable vecino llamado smog, también conocido como ozono de superficie, un contaminante corrosivo que causa lesiones en los pulmones comparables a las quemaduras del sol en la piel. El smog se forma al combinarse elevadas temperaturas con las emisiones de vehículos, factorías y plantas energéticas. En Colton, CA, donde viven Pati y Abraham, existe una abundancia de estos ingredientes.
“Tenemos una autopista justo enfrente, a la derecha están las vías del tren, justo detrás, la estación de trenes y a solo unas millas, la planta energética más sucia de California [la Mountainview Generation Station en Redlands]”, indica Pati.
Según la Asociación Pulmonar Americana, el barrio donde ellos viven en el Condado de San Bernardino tiene los niveles más altos de ozono del país.
“En nuestro condado, 1.5 millones de personas tenemos asma, incluyendo la mitad de nuestros niños”, dice Pati. “El problema es que no podemos permitirnos vivir en ningún otro sitio. O tenemos un techo sobre nuestras cabezas o tenemos que vivir en la calle en un lugar con aire limpio”.
Pero este cruel dilema es innecesario. El gobierno federal debe reducir el nivel máximo de smog de 75 ppb (partes por mil millones) a 60 ppb. Recientemente una comisión de expertos convocada por la Agencia de Protección Medioambiental (EPA) concluyó que los niveles actuales de smog son insuficientes para proteger la salud pública.
Los expertos determinaron que incluso con una reducción a 70 ppb, el smog seguiría causando “efectos adversos, como disminución en la función pulmonar, aumento en los síntomas respiratorios e inflamación en las vías respiratorias”.
Según la EPA, un estándar de 60 ppb anualmente evitaría hasta 12,000 muertes prematuras, 21,000 hospitalizaciones, y la pérdida de 2.5 millones de días laborales y escolares.
La última vez que este estándar se actualizó fue en 2008, cuando la administración Bush rechazó las recomendaciones de otra comisión de expertos que advirtió de las terribles consecuencias de establecerlo a 75 ppb. Esa decisión ha causado mucho sufrimiento a familias como la de Pati.
Para los contaminadores y quienes les protegen, Pati tiene las siguientes preguntas: “¿Cuántas veces se han despertado en mitad de la noche porque su hijo o hija no puede respirar? ¿Qué pasaría si ustedes perdieran el resuello y no pudieran alcanzar su medicina? ¿Conocen las consecuencias de sus actos?”
En virtud de la Ley de Aire Limpio, la EPA debe revisar los estándares federales de smog cada cinco años, y una orden judicial obliga a la agencia a proponer nuevas protecciones que regulen las emisiones de este peligroso contaminante antes del 14 de diciembre.
La salud de millones de personas, como Pati y Abraham, está en juego. La EPA debe establecer un nuevo máximo de 60 ppb para ayudar a acabar con la tiranía del asma.
Javier Sierra es columnista del Sierra Club. Sígalo enTwitter @javier_SC