Por Javier Sierra
Cuando el Presidente Obama firmó en mayo la designación de los Organ Mountains (Sierra de los Organos)/Desert Peaks como monumento nacional, fue la última puntada que juntó un tapiz de varios parajes de extraordinaria belleza y significado cultural.
El monumento, situado en el Condado de Doña Ana, al sur de Nuevo México, está cargado de encanto y significado histórico particularmente para la comunidad hispana. Los nombres de muchos de estos lugares así lo demuestran —la Sierra de las Uvas, las montañas de Robledo, Potrillo y Doña Ana, y la misma Sierra de los Organos (llamada así por su parecido al instrumento musical). El resultado bien podríamos llamarlo una monumental sinfonía.
La Sierra de los Organos, componente central del monumento
Las escarpadas cumbres de la Sierra de los Organos presenciaron durante siglos el flujo de colonos en su viaje por el Camino Real de Tierra Adentro desde México hacia Albuquerque, Santa Fe y Taos. En el Broad Canyon existe una abundancia de petroglifos, testamento de culturas indígenas ancestrales. Y en las Montañas de Robledo quedaron petrificadas huellas de dinosaurios de millones de años de antigüedad.
Pero el hecho de que este tesoro natural y cultural haya quedado protegido se lo debemos principalmente a líderes hispanos.
“Los hispanos han trabajado para proteger estas tierras durante más de 10 años”, dice Michael Casaús, director estatal de Nuevo México de la Wilderness Society y activo precursor del monumento. “Desde el principio los líderes hispanos dieron forma a la campaña y determinaron qué terrenos se debían proteger. Sin la contribución hispana este monumento no hubiera sido posible”.
Este activismo hispano también se aseguró de que los usos sensatos y tradicionales de la tierra seguirían permitiéndose en el monumento, como la ganadería, el regadío, la caza, la pesca y las actividades recreacionales.
“Esto logró el apoyo de los residentes de la zona, en su mayoría hispanos, y que estos terrenos no se puedan vender para reducir la deuda nacional ni se usen para la minería ni otros propósitos industriales”, dice Casaús.
El monumento también actúa como incentivo para que jóvenes hispanos se interesen por su cultura e historia y no abandonen la escuela.
“Yo lidero a estos jóvenes para que me ayuden a recopilar el inventario cultural del monumento”, dice Angel Peña, investigador cultural de la New Mexico Wilderness Alliance. “Buscamos restos arqueológicos de la llegada de los españoles en 1580, del Camino Real, de los petroglifos y de otros recursos culturales”.
El monumento literalmente ha cambiado la vida de estos jóvenes.
“Cada expedición es un descubrimiento de su cultura y pasado”, dice Peña. “Ahora han encontrado un propósito en la vida. Muchos ya son guías culturales de la Oficina de Gestión de Terrenos. Aquí hay buenos empleos que les llenarán de orgullo y satisfacción”.
Hay tres congresistas federales, sin embargo, que quieren dar la nota. Los representantes Rob Bishop (R-UT), Steve Pearce (R-NM) y Jeff Duncan (R-SC) aseguran que el monumento, situado en la frontera con México, constituye una amenaza a la seguridad nacional porque impide a la Patrulla Fronteriza acceso abierto a estos terrenos protegidos.
Varios grupos cívicos calificaron de “falsos” los alegatos de los congresistas alegando datos del Departamento de Aduanas y Protección Fronteriza que demuestran lo contrario. El grupo religioso NM CAFé, en concreto, calificó las declaraciones de los congresistas como “pérdida de tiempo y dinero de los contribuyentes” e instó a Pearce y Duncan a dedicarse a encontrar “verdaderas soluciones a los problemas fronterizos”, incluyendo la reforma migratoria.
El establecimiento del monumento es una brillante idea. Es una pena que haya alguien dispuesto a desafinar en medio de esta monumental sinfonía.
Javier Sierra es columnista del Sierra Club. Sígalo en Twitter @javier_SC