Adaptación de Gretchen Fournier del artículo de Rachael Dottle and Jackie Gu publicado en Bloomberg.com
La industria de la moda podría no ser la primera en venir a nuestra mente cuando se habla de combustibles fósiles. Pero los textiles modernos dependen en gran medida de productos petroquímicos que provienen de muchas de las mismas compañías de petróleo y gas que generan las emisiones de gases de efecto invernadero. Según el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente hoy en día, la moda representa hasta el 10% de la producción mundial de dióxido de carbono, más que los vuelos internacionales y el transporte marítimo combinados.
También representa una quinta parte de los 300 millones de toneladas de plástico que se producen cada año en todo el mundo. El poliéster, una forma de plástico que se deriva del petróleo, ha superado al algodón como la columna vertebral de la producción textil. Las prendas de ropa hechas de poliéster y otras fibras sintéticas son una de las fuentes principales de contaminación por microplásticos, que es especialmente dañina para la vida marina. Hoy en día se produce más ropa que nunca, ya que los minoristas y sus clientes quieren ofrecer estilos nuevos a un ritmo frenético, se estima que la cantidad de prendas producidas cada año se ha duplicado al menos desde el año 2000. Solo una fracción de lo que se fabrica se recicla y el 87% de la fibra utilizada para la ropa finalmente se incinera o se envía a un vertedero.
Las marcas de moda han sido objeto de críticas por prácticas como la destrucción de productos no vendidos y el envío de montones de ropa a vertederos ubicados en países del sur, como Ghana o Chile. Además a eso se le suma las condiciones a menudo peligrosas y de explotación para los trabajadores de la industria que usualmente son oriundos y trabajan en esta parte del planeta. Al mismo tiempo, la producción de ropa a base de combustibles fósiles ha continuado y se prevé que crezca en las próximas dos décadas ya que las compañías de petróleo y gas continúan apostando por productos como el poliéster para impulsar su crecimiento a medida que disminuye la demanda del transporte.
La Agencia Internacional de Energía (AIE) estima que los plásticos serán el mayor impulsor del crecimiento neto de la demanda de petróleo en las próximas dos décadas. Los textiles son el segundo grupo de productos más grande fabricado con plásticos petroquímicos después de los envases, y representan el 15% de todos los productos petroquímicos. Cuando se trata de los impactos ambientales de la industria, a menudo se culpa a lo que se conoce como “fast fashion” (moda rápida), pero las marcas reconocidas originan tendencias y generan demanda de nuevos estilos, que luego son producidos en masa por una fracción del costo en fábricas con condiciones similares e incluso materiales similares.
La mayoría de la ropa en todo el mundo está hecha con poliéster, el cual ha superado al algodón como la principal fibra textil del siglo XXI, poniendo fin a cientos de años de dominio del algodón. Pero no todo el poliéster se produce a partir del petróleo; también se puede fabricar con polímeros naturales, como los bioplásticos, pero esas alternativas solo constituyen una pequeña fracción del poliéster en la industria de la moda. Y hay una razón por la cual la industria ama el poliéster, es resistente, versátil y se usa para crear de todo, desde ropa deportiva hasta chaquetas de piel sintética y vestidos sedosos. Se ha comercializado como más sostenible que algunas fibras naturales porque el proceso de producción no requiere tanta agua o tierra como el cultivo de fibras naturales como el algodón.
En 2015, la producción de poliéster emitió 282 mil millones de toneladas de dióxido de carbono, el triple que el algodón. Además, este tipo de textiles sintéticos arrojan pequeñas piezas de plástico con cada lavado y uso y las partículas de plástico, llamadas microplásticos, contaminan los océanos, el agua dulce y la tierra y representan un peligro para los animales que las consumen. Se descubrió que el 71% de los microplásticos encontrados en muestras de agua de río provenían de fibras y se estima que a nivel mundial, el 35% de los microplásticos que se encuentran en los océanos se pueden rastrear hasta los textiles, lo que los convierte en la mayor fuente de contaminación por microplásticos en los océanos del mundo.
Según datos de la Agencia de Protección Ambiental de EE. UU., la cantidad de desechos de ropa y calzado generados por los estadounidenses cada año se disparó de alrededor de 1.4 millones de toneladas en 1960 a más de 13 millones de toneladas en 2018.
Alrededor del 70% de esa ropa terminó en vertederos, mientras que solo el 13% se recicló en ropa nueva o para otros usos. El ritmo de producción de ropa a menudo supera la demanda, lo que plantea la pregunta de qué sucede con la ropa que nunca se vende.
El interés del público sobre el tema de la sostenibilidad nunca ha sido mayor. Una encuesta reciente realizada por el grupo de inversión global suizo Credit Suisse de 10,000 Gen Z y Millennials encontró que al menos el 65% está preocupado por el medio ambiente y casi el 80% tiene la intención de comprar solo productos sostenibles, o al menos tantos como sea posible. Más del 40% de los encuestados dijeron que creen que la industria de la moda es insostenible.
Con tanta ropa saturando el mercado en los últimos años, el mercado de segunda mano ha crecido en paralelo. En el primer trimestre de 2018, Poshmark, un mercado en línea donde los usuarios pueden comprar y vender ropa y accesorios usados, reportó $177 millones en ventas. El mismo período en 2020 vio $309 millones en ventas, un aumento del 75%.
Colleen Morrone, directora ejecutiva de Goodwill of Delaware, dijo que a partir de 2015, sus 16 tiendas y cuatro puntos de venta acumularon 7 millones de libras de ropa sin vender al año. No hay datos más recientes disponibles, pero las donaciones han aumentado durante la última década, dijo.
Aunque las medidas de sostenibilidad están ganando popularidad, hasta ahora no son rival para la velocidad y el peso de la ropa que se acumula en el planeta, tanto los minoristas como los consumidores deben cambiar sus hábitos y expectativas para que se produzca un ajuste de cuentas real.
Puede ser un problema del huevo o la gallina, pero si las tiendas comenzaran a ofrecer menos inventario, tal vez los consumidores podrían acostumbrarse a que haya menos y eso ayudaría a la situación que crea el exceso de ropa en el mundo.
El Sierra Club se hace eco de las peticiones de un público creciente que pide mayor sustentabilidad en los productos que usan día a día.