Carta desde Nueva York / Letter from New York

No hubo nada gradual al respecto. En un abrir y cerrar de ojos, nuestro mundo cambió. Al estar obligados a cambiar nuestras prácticas sociales de la noche a la mañana, casi no quedó tiempo para adaptarnos. Lo que comenzó como rumores de una enfermedad distante proveniente del otro lado del mundo rápidamente tomó nombres y apellidos, seres queridos, conocidos y amigos.

Vivir en la ciudad de Nueva York suele ser un ejercicio diario en humildad. Es muy fácil sentirse anónimo. Sabes que nadie es indispensable, y hay que reconocer que la vida de la ciudad podría continuar fácilmente sin ti. COVID-19 nos recuerda que lo que hace a alguien indispensable es lo que significa para sus seres queridos. Hoy en día no puedo evitar sentir mi alma desgarrarse ante el sonido constante de las sirenas en el horizonte acústico. La cacofonía de alarmas y sirenas ha adquirido un nuevo significado sabiendo que las ambulancias que se apresuran por calles desoladas van con una persona exaltada, falta de oxigeno, hiperventilando en solitario, sin el apoyo y consuelo de algún familiar, posiblemente algún conocido mío, quien los ama y se preocupa por ellos, porque para ellos esta persona es indispensable.

Como todos sabemos, la mayoría de los estadounidenses, y la mayoría de los seres humanos alrededor del mundo, practican algún tipo de distanciamiento social. Ese es el remedio disponible más efectivo para evitar la propagación del virus. Pero tenemos muchas personas vulnerables que tal vez no tienen un lugar para distanciarse socialmente como algunos de nosotros que gozamos del privilegio de tener el espacio, el acceso a la comida, la salud, el tiempo, las habilidades y los recursos que hacen que este proceso sea mucho más fácil.

Pero aquellos que están más afectados por la pandemia no necesariamente se ven a sí mismos como "vulnerables", como me recordaron en una llamada reciente con personas con discapacidades. Muchos se identifican en cambio como resilientes. Su modus operandi es la adaptación a situaciones adversas. En ese sentido, todos, hasta cierto punto, hemos tenido que aprender a ser más resilientes.

Pasar parte de la secuela del huracán María en mi Puerto Rico natal me enseñó mucho sobre la resiliencia. Lo que muchos están experimentando debido al distanciamiento social, los puertorriqueños lo pasaron, pero sin electricidad, internet o servicio de agua potable. Ambas son, por supuesto, crisis distintas, pero ambas tuvieron peores consecuencias resultado de la falta de preparación y un sentimiento colectivo de impotencia. Así como los médicos ahora enfrentan una aterradora escasez de ventiladores, después del huracán María los médicos se encontraron incapaces de ayudar a los que murieron cuando se apagó su soporte respiratorio al mismo tiempo que la electricidad de la isla.

Pero los puertorriqueños se volvieron mucho más resilientes durante ese período y posiblemente mejor equipados para tolerar situaciones muy difíciles como la pandemia de COVID-19 o los recientes terremotos. Cuando el gobierno federal le dio la espalda a la isla y negó la ayuda que tanto necesitaba (muchos de ustedes recordarán el patético momento en que el presidente Trump arrojó toallas de papel a un grupo seleccionado de personas necesitadas), la gente comenzó a organizarse y planificar para la autosuficiencia y desastres naturales.

Trazo la comparación entre Puerto Rico y Nueva York porque los momentos de crisis y vulnerabilidad también pueden ser momentos de aprendizaje, crecimiento personal y resiliencia. En este momento, el Sierra Club está trabajando para garantizar que las comunidades tengan los recursos necesarios para hacerse mas resilientes y obtengan acceso a ayuda mutua. Juntos, podemos construir un futuro en el que estemos mejor preparados para sobrevivir desastres que sin duda sucederán, aunque no sepamos exactamente cuándo. Si pueden, les exhorto a que donen a organizaciones de base comunitaria que están creando resiliencia en nuestras comunidades.

Pero la resiliencia también ocurre a mayor escala. Años de desinversión en nuestro sistema de salud pública se han hecho evidentes, al igual que su impacto desproporcionado en las comunidades de bajos ingresos y de grupos raciales minoritarios. Debemos dedicar recursos a nivel estatal, local y federal a la preparación ante desastres. Si bien la oficina a cargo de la preparación para pandemias nunca debería haberse disuelto como lo hizo la administración Trump, es importante dedicar recursos para estudiar las posibilidades de futuras pandemias y desastres climáticos, de modo que podamos enfrentarlos con planes para construir un mejor futuro que aún está por escribirse.

 

An empty New York City street.

Photo por Francisco J. Casablanca


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