(English follows)
Abundan las evidencias de que la política migratoria del país está en manos de gente extremadamente cruel e inepta.
En una entrevista de radio hace años, Ken Cuccinelli comparó a las familias hispanas con “ratas”, “mapaches” y otras plagas. Hoy, Cuccinelli —cuyos ancestros italianos escaparon pobreza y miseria emigrando a Estados Unidos— es el director interino del Servicio Federal de Ciudadanía e Inmigración. Y la facción más cruel sobre política migratoria en la Casa Blanca quiere convertirlo en el nuevo Secretario de Seguridad Nacional.
Según el libro “Guerras Fronterizas: Dentro del Asalto de Trump a la Inmigración” del New York Times, un frustrado Donald Trump llegó a ordenar a sus consejeros clausurar la frontera con México, disparar a los migrantes en las piernas, y fortificar el muro con un foso lleno de caimanes y serpientes.
Trump no logró realizar su sueño medieval, pero su cruel racismo sigue causando estragos en la frontera. La Unión de Libertades Cívicas informó recientemente que la administración separó a más de 1.500 niños inmigrantes de los que se tenía constancia, elevando así el total a más de 5.400 menores arrancados de los brazos de sus padres en la frontera.
Otro reporte de Human Rights First reveló que la política de Trump de forzar a los solicitantes de asilo a que esperen en México —hasta el momento unas 50.000 personas— ha generado más de 350 casos de violación, secuestro, tortura y otros crímenes en ese país. Un informe similar del Centro de Política Inmigratoria que entrevistó a más de 600 solicitantes a la espera en México confirmó esta nueva crisis innecesaria de la administración. Uno de sus autores expresó al Washington Post que “estamos literalmente enviando a personas a su muerte potencial”, agregando que al hacerlo Estados Unidos incumple sus compromisos internacionales de derechos humanos.
En medio de este caos y crueldad, la construcción del muro medieval de Trump avanza con devastadoras consecuencias para el medio ambiente. Hasta el momento ha diezmado más de 600 acres de terrenos públicos, arrasando plantas autóctonas, interrumpiendo corredores migratorios de la fauna y malgastando cruciales recursos hidráulicos en el Suroeste.
El daño causado en Arizona incluye la destrucción de cactus y sitios arqueológicos en el Monumento Nacional de Organ Pipe Cactus. Bombear agua subterránea para mezclar concreto para esta construcción amenaza con secar frágiles humedales del desierto en Quitobaquito Springs y el Refugio Natural de Vida Silvestre de San Bernardino, en Arizona.
Al mismo tiempo, en Texas, empezó la construcción del muro en lugares adyacentes al Refugio Nacional de Vida Silvestre del Bajo Río Grande, al sur de una sección de 3.300 acres de Las Palomas, hogar de la paloma de ala blanca y muchas otras especies nativas de esa región.
Aún así, dejando a un lado todo atisbo de vergüenza profesional, el director en funciones de la Oficina Federal de Gestión de Terrenos (BML), William Pendley, mintió diciendo que el muro fronterizo “está solucionando la crisis ambiental que impacta los terrenos más vulnerables de nuestro país”. Este ecologista de opereta —un acérrimo negacionista climático— defiende la catástrofe ecológica que es el muro fronterizo argumentando falsamente que la frontera “está abrumada por ilegales, gente con armas, gente que trafica drogas”.
En realidad, la frontera, sus maravillosos parajes y, sobre todo, las personas que la habitan y transitan están abrumados por la insensata y racista política migratoria de Trump, Cuccinnelli, Pendley y tantos más.
Sus palabras sobre ratas, mapaches, caimanes y serpientes dejan claro que, para ellos, la crueldad es política de estado.
Sierra & Tierra: Cruelty as State Policy
It’s abundantly clear that the country’s immigration policy is run by extremely cruel and inept politicians.
On a radio interview a few years ago, Ken Cuccinelli compared Latino families to “rats, raccoons” and other pests. Today, Cuccinelli—whose Italian ancestors escaped poverty and misery by immigrating to the US—is the acting director of the US Citizenship and Immigration Services. And the White House’s most radical immigration-policy faction is pushing for him to become the new secretary of Homeland Security.
In their book Border Wars: Inside Trump’s Assault on Immigration, New York Times reporters Julie Hirschfeld Davis and Michael Shear reveal that a frustrated Donald Trump once ordered his advisors to shut down the Mexican border, shoot immigrants in the legs, and fortify the wall with a moat filled with alligators and snakes.
Trump did not fulfill his medieval dream, but his cruel racism continues to wreak havoc at the border. The American Civil Liberties Union recently reported that the administration separated 1,500 more immigrant children than what was previously thought, thus raising the total of minors ripped from their parents' arms to more than 5,400.
Another report by Human Rights First revealed that Trump’s policy of forcing asylum seekers to wait in Mexico—affecting some 50,000 people right now—has caused more than 350 cases of rape, kidnapping, torture, and other violent crimes. A similar study by the US Immigration Policy Center that interviewed more than 600 applicants in Mexico confirmed that the Trump administration's policies are a crisis for asylum seekers. One of the authors of the report told The Washington Post that “we are literally sending people potentially to die,” adding that by doing so, the United States is abandoning its international human rights commitments.
In the middle of all this chaos and cruelty, the construction of Trump’s racist wall advances with devastating consequences for the environment. So far, the work has decimated 600 acres of public lands—bulldozing native plants, cutting off endangered wildlife migration corridors, and draining precious water resources throughout the Southwest.
The environmental damage of new construction in Arizona includes countless cacti being torn apart and destruction of archaeological sites in the Organ Pipe Cactus National Monument. Pumping groundwater to mix concrete for border wall construction threatens to dry up fragile desert wetlands at Quitobaquito Springs and the San Bernardino National Wildlife Refuge in Arizona.
Meanwhile in Texas, border wall construction is beginning adjacent to the Lower Rio Grande Valley National Wildlife Refuge, just south of the 3,300-acre Las Palomas refuge tract, which is home to white-winged doves and many other native wildlife species.
Even so, abandoning any trace of professional shame, acting director of the Bureau of Land Management William Pendley lied that the border wall is “addressing the environmental crisis impacting our nation’s most vulnerable lands.” This phony environmentalist—a hard-core climate denier to boot—defends the ecological catastrophe that the wall is by falsely arguing that the border is “overrun by illegals, and people with firearms, people bringing in drugs.”
In reality, the border, its astoundingly beautiful landscape and, above all, the people who live there and those who come to this country seeking a better life are overrun by the inept and racist immigration policy of Trump, Cuccinelli, Pendley, and so many others.
Their words about rats, raccoons, alligators and snakes leave no doubt that, for them, cruelty is a matter of state policy.